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domingo, 26 de septiembre de 2010

Ecología Emocional - La responsabilidad sobre la propia vida


Principios ecológicos emocionales

Se sabe que la ecología física propone disminuir las emanaciones tóxicas, cuidar las fuentes de agua dulce, evitar el vaciado irresponsable de material contaminante, ahorrar energía en lugar de derrocharla; mantener, en fin, un vínculo consciente con el planeta que nos cobija. ¿Cuáles son las herramientas de la ecología emocional y cuál su aplicación?
La responsabilidad sobre la propia vida (hacerse cargo de ella y de sus decisiones) es fundamental, para los creadores de la EE, en lo que llaman gestión emocional ecológica. “Al pensar, analizar y reflexionar, vemos que no hay una sola vía de acción ante las distintas situaciones de la vida. A veces decimos que no tenemos libertad para tomar cierta decisión o ejecutar un acto, pero lo que ocurre es que no estamos dispuestos a afrontar las consecuencias de esa acción. La libertad la tenemos y es así casi siempre.” Por el camino de la evitación o la inacción, sostienen, se terminan pagando precios aún más altos y tomando un camino existencial basado en soluciones epidérmicas o en consignas aprendidas y repetidas como leyes. Hacernos cargo de nuestras elecciones (en los planos afectivo, familiar, laboral, vocacional, profesional, social o comunitario) lleva a que cada acción se convierta en una nueva pieza de una construcción personal y única, afirman Conangla y Soler.
La salud psicoafectiva, en términos de EE, requiere respeto por los propios tiempos (distintos en cada persona), salir de los ritmos vertiginosos propuestos desde afuera, recuperar el valor de la pausa y del silencio interior, así como la ecología física propone respetar los tiempos, los espacios y los ritmos de la naturaleza. La EE esgrime un principio según el cual lo profundo de la espiritualidad está en lo cotidiano y en lo ordinario y es allí donde hay que buscarlo y honrarlo. “Carpe diem no significa que debamos buscar y agotar hoy todos los placeres, sino que debemos buscar y disfrutar de los hechos de hoy”, recuerdan, glosando al filósofo Fernando Savater. Una buena pregunta para empezar el día, aconsejan Conangla y Soler, es: ¿qué bien puedo hacer hoy? Un interrogante cotidiano que puede orientar los actos y las actitudes de la jornada.
Los ecólogos emocionales subrayan algo muy significativo: no somos responsables de lo que sentimos (las emociones no se eligen ni se planifican de antemano), pero sí de aquello que hacemos con lo que sentimos. Rescatan así el valor de todas las emociones, no las clasifican en buenas y malas, positivas y negativas. Todas cumplen una función. Lo que importa es cómo se gestionan, lo que se hace con ellas. Escogemos nuestra actitud y nuestra conducta, reza un principio de la EE. “Pensar que algo nos será dado sin que hagamos algo por ello y quejarnos por no recibirlo, contribuye a la contaminación emocional”, advierte el mismo principio.
Otra consigna de esta corriente apunta al valor del discernimiento. Concretamente, aprender, desde la experiencia, qué aspectos de la realidad, y en qué circunstancias, pueden ser modificados por nuestra conducta, y cuáles son inalterables. Del mismo modo, incluir en nuestras expectativas y planificaciones el rol de lo imponderable, de aquello que escapa de la voluntad, la decisión y la acción propia, y que sin embargo es parte inexorable de la vida. Cuando el discernimiento no se hace presente, su lugar suelen ocuparlo la intolerancia, la ansiedad, la inadaptación. Es decir, el sufrimiento emocional.
La EE rescata el valor de las utopías. Sus creadores suelen recordar un relato del chileno Alejandro Jodorowsky sobre un arquero que se empeñó durante años en acertar con una flecha en el centro de la Luna. Por supuesto, jamás lo consiguió y muchos de sus conciudadanos se mofaron de él. Sin embargo, al cabo de tantos años de intentarlo se convirtió en uno de los mejores arqueros del mundo. “Todo lo que el hombre ha conseguido o construido fue primero un sueño”, recuerdan Soler y Conangla. Algo que suele olvidarse en una era, como la presente, signada por la obsesión por las certezas, por los resultados rápidos y a cualquier costo, por la fugacidad, por la inmediatez y a menudo también por el temor al compromiso o a afrontar las consecuencias de las propias elecciones.
Desde la EE “proponemos instaurar una pedagogía de la provisionalidad y la transformación”, explican sus creadores. “Vivimos aferrados a criterios de seguridad y permanencia, contratamos seguros para todo, queremos tener todo bajo nuestro control. Los cambios y las transformaciones son parte natural de la vida, pero nos cuesta asumirlo y lo vivimos como pérdidas, de modo que siempre nos encuentran sin recursos.” Todos somos como un río, ejemplifican, que cambia de curso, que atraviesa diferentes territorios, que pierde y gana cauce, que se hiela y se deshiela, pero jamás pierde su esencia, el agua. Un principio ecológico emocional es el de aceptar el cambio y la transformación para mantener y proteger nuestra esencia.
Hermes Trimegisto (“el tres veces grande”), considerado en la mitología griega como un semidiós (mitad divino, mitad humano) y padre de la escritura y la cultura, señaló, entre otras máximas, que lo de arriba proviene de lo de abajo y que como es adentro es afuera. Al cabo de miles de años, asoma hoy una nueva comprensión para esta consigna. Como tratemos nuestro ecosistema emocional, trataremos a los otros, y al mundo.

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