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lunes, 3 de agosto de 2009

Iones Negativos Electrosensibilidad

http://weblogs.madrimasd.org/tecnocidanos/archive/2006/05/09/21586.aspx



Las enfermedades asociadas al actual estilo de vida y a las transformaciones del medio ambiente parecen ser irreductibles a modelos generalizables y autorizan la tesis de que tenemos que aprender a construir una sociedad multinaturalista.
contacto con sustancias químicas o del que plantean los campos electromagnéticos. Detrás de estas amenazas hay millones de gentes sufriendo y que luchan por demostrar una relación de causalidad entre sus padecimientos y, por ejemplo, la instalación de antenas de telefonía, el cambio de equipos informáticos en su empresa, el uso de teléfonos móviles o la instalación cercana de una subestación eléctrica.

Y lo peor es que el sufrimiento viene acompañado de mucha incomprensión y soledad, debido a que sus dolencias ni siquiera cuenta con un diagnóstico que los identifique como enfermos y que, en consecuencia, les haga beneficiarios del sistema de protección social y sanitaria. Ningún documento es más clarificador que
Black on White. Voices and Witnesses about electro-hypersensitivity (2002, traducido al inglés en 2004, ver pdf), el libro difundido por FEB que cambió para siempre el curso de las cosas y que contiene los testimonios directos de cuatrocientos pacientes desesperados.

En efecto, hablamos de una tragedia sorda. Nos referimos a nuevas víctimas de nuestro estilo de vida, gentes que no pueden vivir cerca de alguna o varias fuentes de emisión de campos electromagnéticos. En realidad, como explicaba recientemente
G. Lean en The Independent, son los nuevos damnificados, reos silenciados por la civilización eléctrica. Hasta hace cuatro o cinco años eran invisibles o, en otros términos, la ciencia médica era incapaz de visualizar su padecimiento como un objeto científico que permitiera identificarlos como integrantes de una comunidad de afectados. Fue así como para salir del anonimato tuvieron que movilizarse y pasar al activismo social. Hoy, por fin, los reconoce la Organización Mundial de la Salud, OMS, y su mal ya tiene un nombre internacional reconocido: electrosensibilidad. La polución eléctrica (electrosmog) es un hecho.

Los datos, ver el blog
EMFacts, de que disponemos hablan de la magnitud del problema. Se calcula que en las sociedades modernas la población electrosensible oscila entre el 3 y el 5%, lo que según estimaciones nada alarmistas elevan a unos 13 millones el número de europeos que sufren este mal. En Suecia, primer país que aceptó la electrosensibilidad como causa de baja laboral, la cifra de afectados se eleva a 250.000. En Alemania, miles médicos han firmado la Freiburger Appeal (2002) en favor de medidas preventivas. En Gran Bretaña, según Times, la Health Protection Agency (HPA) reconoció a finales de 2005 la existencia de mucha gente con síntomas potencialmente atribuibles a ciertas dosis de radiación electromagnética.

Sí,
potencialmente atribuible, una fórmula que trata de complacer a todos y que a nadie satisface, porque mientras los afectados no se sienten suficientemente reconocidos, los expertos lamentan ser desbordados por las presiones públicas. Estamos ante un asunto muy polémico, como sucede (y sucederá) con este y otros problemas complejos. Mientras que para algunos las evidencias científicas son abundantes, para otros son tan inestables que cualquier afirmación que se base en ellas amenaza los fundamentos mismos del sistema democrático. En fin, que esta especie de alergia a la vida moderna, amenaza sus mismos fundamentos.

El modélico informe británico (
Definition, Epidemiology and management of Electrical Sensitivity, noviembre 2005) que ha originado el reconocimiento de ciudadanos (dolientes) electrosensibles como pacientes (médicos) es muy cuidadoso con las palabras y las formas. Su propósito es la valoración (assessment) del problema, pero “el uso del término ES [electrosensibility] no implica la aceptación de una relación causal entre los síntomas y la atribuida exposición [a las radiaciones y campos léctricos y magnéticos]”. Más adelante también se dice que “No hay evidencia científica consistente”, una afirmación que lejos de cerrar el problema, lo abre a “la necesidad de considerar la ES en términos diferentes a los etiológicos, porque con sólo esta perspectiva no logramos conectar con las necesidades de quienes se consideran a sí mismos afectados por la ES”. O, en pocas palabras, se trata de un problema que no puede ser cualificado si se excluyen los planteamientos no científicos.

Y aquí llegamos a una situación incontrolable, salvo que admitamos el valor cognitivo de los llamados
expertos en experiencia (ya antes hemos usado este concepto). Y es que cuando los médicos no pueden construir un modelo de enfermedad generalizable (apoyándose en test diferenciales, protocolos de diagnóstico, rutinas clínicas y prácticas terapéuticas), no obtienen el derecho a desdeñar la vivencias personales o, como es frecuente, a encasillar el sufrimiento en el cajón sin fondo de las enfermedades mentales.

Los cuerpos de estos enfermos son (todos) singulares, y aunque se dan algunas recurrencias (acaloramiento facial, escozor de piel, migrañas, fatiga o insomnio), lo que distingue a estos pacientes es que presentan un cuadro peculiar de síntomas y que es irreductible a reglas estables. Y los médicos, aunque no saben qué diagnosticar (muchas veces porque las instituciones de salud públicas no reconocen el cuadro que tratan como una enfermedad tipificada), escuchan el relato de una persona que conoce su cuerpo y sabe lo que le pasa, cómo también desde cuándo y por qué le ocurre.

La enfermedad no puede ser simulada (reducida a un puñado de parámetros que responden a una ley, siquiera estadística), pero los enfermos (sus cuerpos) sí pueden ser reunidos. Y cuando eso ocurre, se reconocen (no solo se compadecen) como integrantes de un colectivo de afectados. Que la ciencia no sepa asignarles un nombre, quiere decir que no existen en tanto que objetos científicos (no cuentan con una patología tipificada), pero siguen siendo ciudadanos. No hay consenso científico, pero los enfermos se han movilizado para construir otra forma de consenso social.

En este y otros casos, nos situamos ante una de las paradojas de la modernidad. Podemos decir que se trata de un problema para cuya solución nos faltan más datos, nuevas hipótesis y nueva investigación: más de lo mismo. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que cada día aumente el tipo de problemas (muchos de los relacionados con el cuerpo y medio ambiente) que, como la electrosensibilidad, no admiten planteamientos reduccionistas, pues cada cuerpo es un sensor demasiado complejo y sutil o, dicho con otras palabras, que está regulado por un número inmanejable de variables relevantes y que fuerzan un comportamiento menos lineal (o impredecible) de lo acostumbrado por la ciencia moderna.


Los riesgos medioambientales para la salud son un campo de estudios de creciente importancia. Ya nos hemos ocupado de las amenazas derivadas del

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